18 octubre 2008

No puedo moverme al despertar ¡que pasa!


Suena el despertador.

El mundo mágico de los sueños se desvanece. Hay que levantarse, y el mecanismo de huesos, articulaciones y músculos se pone en movimiento

Si el reposo es reparador, nuestro aparato locomotor ha descansado. Pero si a pesar de no hacer movimientos visibles hemos hecho rechinar los dientes y tensado la columna cervical o la lumbar, ¿realmente hemos descansado?

Todo parece indicar que no. Hemos sido víctimas involuntarias de nuestras emociones mal resueltas, de nuestros pensamientos rumiantes y de nuestros músculos, que se han movido imperceptiblemente recibiendo órdenes del sistema límbico, que se encuentra en el cerebro. Ordenes de tensión y contracción.

Y adiós al relax.

Este círculo vicioso –el día con sus acciones, la noche sin descansar, a veces el insomnio– se transforma en un tobogán de caída rápida si permanece sin ser resuelto. Se agrava paulatinamente y produce más tensión, mayor contractura, estrés mecánico y psíquico y, por supuesto, sensación de dolor y rigidez.

En en la edad madura, en cambio, aparecen los primeros síntomas de rigidez y malestar.

Esta sintomatología es más frecuente en las mujeres. Las tareas que antes realizaban sin problemas, como agacharse, ponerse de rodillas o correr, resultan más difíciles y dolorosas. Las afectadas tratan de evitarlas y, como consecuencia, la rigidez aumenta.


A medida que las hormonas sufren modificaciones, que el cuerpo se modifica y que la calidad de los minerales presentes en él desciende, la mujer no escucha su cuerpo sanamente y trata de mantener su actividad, sus exigencias laborales y familiares. Pero todo se hace cuesta arriba: cada vez le resulta más difícil cumplir con su programa y se angustia porque se siente incomprendida. Entonces llega el estado de tristeza, que la lleva a una mayor inmovilidad. La persona ha iniciado un peligroso camino de dolor e impotencia funcional. Seguramente, le costará más mantener su peso, y se sentirá desdichada.

Moverse

Comenzará entonces un largo y arduo recorrido por consultorios médicos, exámenes de laboratorio, radiografías, imágenes por resonancia nuclear, sin que aparezcan daños objetivos que justifiquen el sufrimiento.

Revisemos y escuchemos: las quejas son claras y siempre las mismas. "Me duelen los inicios de movimiento; cuanto más tiempo estoy quieta, más me cuesta moverme; me duelen las articulaciones como si estuvieran oxidadas; me cuesta agacharme; sacar algo de arriba de la alacena me produce un dolor en el hombro que no desaparece por varios días."

Nuestro cuerpo se mantiene erguido gracias a la acción conjunta de los músculos y sus fascias, o fundas de sostén, que finalizan en forma de tendón adhiriéndose al hueso.

Existen dos tipos de músculos: los de la dinámica, con los que realizamos movimientos voluntarios, como dar un puntapié, y los estáticos, casi reflejos, que nos mantienen de pie sin que voluntariamente lo estemos pensando. Unos son de poca resistencia, pero de acción rápida; los otros son de gran resistencia, pero de acción lenta y sostenida.

Músculos diferentes en acción y en función, que se enferman también distinto. Los dinámicos tienden al debilitamiento (hipotonía e hipotrofia) y los estáticos, a la hipertonía y la rigidez.

Si alguien siente dolor en el inicio del movimiento es porque sus articulaciones, comprimidas por los músculos estáticos, sufren deterioro y falta de lubricación –a mayor tiempo de quietud, mayor dificultad en lubricar; cuanto más rígidos, menos flexibles–, por lo que es lógico que le duela agacharse o estirarse. Cuando el movimiento es más exigente y el músculo está rígido, podría lesionarse con facilidad (los tan conocidos hombros dolorosos de la mediana edad, las lumbalgias o las cervicalgias).

El dolor es inhibitorio; por ello preferimos la inmovilidad, sin comprender que cuanto más quietos estemos mayor será la rigidez.

Integrar

Los músculos "lloran", y están pidiendo a gritos que los relajemos. ¿Cómo lograrlo?

Existen métodos en kinesiología que se ocupan de la corrección postural, de reeducar en forma global las cadenas de músculos y sus fascias, y de conseguir elongación y flexibilización de éstas utilizando técnicas que lentamente van condicionando la musculatura para conseguir una activación especial de los músculos lesionados. Trabajar las cadenas musculares, y al mismo tiempo lubricar las articulaciones y reorganizar el esquema sano de los movimientos son factores clave. Estas acciones, estimuladas correctamente, reordenan el esquema corporal y promueven el movimiento fluido.

Pero no hay que olvidar el principio: el tono se rige por los estímulos mecánicos, pero también por el sistema límbico (emocional), que influye de igual manera en el tono muscular. Por lo tanto, cualquier terapia completa tiene que contemplar el compromiso emocional, que deberá ser tratado con la técnica psicológica que se considere más conveniente, según el caso.

No todo el mundo está acostumbrado a mirarse en forma integral. Pero lo cierto es que un buen diagnóstico clínico, una evaluación kinésica y una psicológica deberían ser los pasos por seguir. Luego vendrán los ajustes clínicos necesarios, el tratamiento de reeducación postural global, el psicológico y, cuando la situación se haya estabilizado, hay que mantenerse en movimiento con métodos de gimnasia que contemplen lo sensoperceptivo, que concilien el movimiento correcto con el placer, y que ofrezcan una contención emocional. Un camino integrador para que el llanto de los músculos no quede a la deriva.

Lielina http://fibromialgiayvidaplena.com

Ditulis Oleh : lielina // sábado, octubre 18, 2008
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