En sus tiempos mozos, Jorgito tuvo que estudiar latín. Tenía un profesor que era un sacerdote con ciertas tendencias pedófilo-homosexuales.
Las dudas de los alumnos masculinos cuando se resolvían siempre iban acompañadas por una mano en el hombro, por unas carícias en la espalda y en el peor de los casos, si te pillaba sentado, con una mano encima del muslo. Las dudas del sector femenino siempre eran resueltas a distancia…
Jorgito, que era muy cauteloso, nunca tenía dudas, pero su situación era peor ya que se sentaba en primera fila.
El profesor mientras explicaba las declinaciones, tenía la costumbre de apoyar sus manos en las esquinas de su pupitre y depositar sus genitales en el centro de este.
¡Que largas se le hacían esas tres horas semanales de latín con esa repugnante masa testicular delante de los ojos junto al boli Bic!
Un día Jorgito decidió contraatacar y untó las tres zonas conflictivas de su pupitre con una mezcla de pegamento Imedio, Tippex y la tinta de su boli Bic.
Al iniciar la clase, el profesor se dirigió a su púlpito y sin darse cuenta quedó pringado de manos y escroto de la sustancia química tan bien elaborada.
Un silencio sepulcral se hizo dueño de la toda clase, que solo rompió la hostia que le bajó al pobre Jorgito de la mano del siervo de Dios en la tierra. En aquel momento recibió la Eucaristía y la Confirmación juntas.
El profesor abandonó la clase sin mediar palabra y acto seguido, todos sus compañeros soltaron unas estrepitosas carcajadas que hicieron estremecer todo el colegio (todos no, excepto los tres o cuatro lameculos que siempre hay en cada curso).
Jorgito se sentía orgulloso de su proeza. Con la cara dolorida y con una mezcla de colores azul, blanco y rojo del bofetón, había inventado el arma definitiva contra los curas pedófilos.
Curiosamente el tema quedó ahí, ni el profesor, ni el director, ni el jefe de estudios, ni nadie hizo un comentario sobre el asunto, seguramente por el miedo a que se abriera la Caja de Pandora. Eso si, Jorgito se pasó todo el verano siguiente con el diccionario de latín bajo el brazo, ya que misteriosamente suspendió y tuvo que ir a septiembre, pero orgulloso de su victoria en esa batalla.
Las dudas de los alumnos masculinos cuando se resolvían siempre iban acompañadas por una mano en el hombro, por unas carícias en la espalda y en el peor de los casos, si te pillaba sentado, con una mano encima del muslo. Las dudas del sector femenino siempre eran resueltas a distancia…
Jorgito, que era muy cauteloso, nunca tenía dudas, pero su situación era peor ya que se sentaba en primera fila.
El profesor mientras explicaba las declinaciones, tenía la costumbre de apoyar sus manos en las esquinas de su pupitre y depositar sus genitales en el centro de este.
¡Que largas se le hacían esas tres horas semanales de latín con esa repugnante masa testicular delante de los ojos junto al boli Bic!
Un día Jorgito decidió contraatacar y untó las tres zonas conflictivas de su pupitre con una mezcla de pegamento Imedio, Tippex y la tinta de su boli Bic.
Al iniciar la clase, el profesor se dirigió a su púlpito y sin darse cuenta quedó pringado de manos y escroto de la sustancia química tan bien elaborada.
Un silencio sepulcral se hizo dueño de la toda clase, que solo rompió la hostia que le bajó al pobre Jorgito de la mano del siervo de Dios en la tierra. En aquel momento recibió la Eucaristía y la Confirmación juntas.
El profesor abandonó la clase sin mediar palabra y acto seguido, todos sus compañeros soltaron unas estrepitosas carcajadas que hicieron estremecer todo el colegio (todos no, excepto los tres o cuatro lameculos que siempre hay en cada curso).
Jorgito se sentía orgulloso de su proeza. Con la cara dolorida y con una mezcla de colores azul, blanco y rojo del bofetón, había inventado el arma definitiva contra los curas pedófilos.
Curiosamente el tema quedó ahí, ni el profesor, ni el director, ni el jefe de estudios, ni nadie hizo un comentario sobre el asunto, seguramente por el miedo a que se abriera la Caja de Pandora. Eso si, Jorgito se pasó todo el verano siguiente con el diccionario de latín bajo el brazo, ya que misteriosamente suspendió y tuvo que ir a septiembre, pero orgulloso de su victoria en esa batalla.
Qué héroe este Jorgito. Si en vez de pegamento Imedio le llega a poner Superglue ya hubiese sido la hostia.
ResponderEliminarKassio me ha quitado las palabras de la boca...
ResponderEliminarHola¡
ResponderEliminarPermiteme presentarme soy tatiana administradora de un directorio de blogs, visité tu blog y está genial, me encantaría contar con tu blog en mi sitio web y así mis visitas puedan visitarlo tambien.
Si estas de acuerdo no dudes en escribirme
Exitos con tu blog.
Un beso
tatiana.
ta.chang@hotmail.com
No se si es una historia real o una mera coincidencia pero tenia un cura asi en secundaria. La técnica de los alumnos era dejar la carpeta puesta en las esquinas de la mesa de manera que cuando se acercaba el cura a depositar su paquete con el codo se desplazaba la carpeta para darle su buen merecido al susodicho. Por casualidad si es real sería un colegio de barcelona? jajajajaja
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